Principios del Reino

 


Como cuerpo de Jesucristo tenemos una gran responsabilidad personal: colaborar con el Espíritu de Dios para nuestro crecimiento espiritual, que no es más que nuestra santificación o semejanza a Cristo. Para tal fin, hemos considerado meditar en un tema muy pertinente que lleva por título Principios del Reino.

Sean santos como yo soy Santo, dice el Señor, 1 P. 1:16. La Iglesia de Jesucristo está llamada a ser y conducirse diferente de aquellas personas que son guiadas bajo los principios de la filosofía de este mundo. Este llamado de ser distintos no es opcional, es una demanda. Dios lo exige. Pero para que usted y yo podamos ser diferentes es necesario que se inicie un cambio profundo y transformador en nuestra forma de pensar.

Este proceso transformador se logra cuando comenzamos a identificar, con la ayuda del Espíritu Santo, los principios que han regido nuestros pensamientos y han permanecido muy ocultos a nuestra conciencia. La Escritura dice que lo que pensamos define lo que somos (Prov. 23:7a). De allí la necesidad imperiosa de rendición y disposición para que Dios transforme nuestras vidas con una nueva manera de pensar y llegar a conocer la voluntad de Dios y saber lo que es bueno, agradable y lo que es perfecto.

¿QUÉ ES UN PRINCIPIO? ¿QUÉ ES EL REINO?

Para hablar sobre los  “principios del reino”, es oportuno aclarar estos dos términos. En primer lugar: Un principio es un concepto, una idea fundamental que funciona como una norma que rige o dirige el pensamiento y se manifiesta en una conducta. Una norma moral que dicta la conciencia. Toda actividad de la mente está fundamentada en principios. Estos son los que nos inducen a pensar de la forma como lo hacemos.

En segundo lugar, el reino de los cielos es una expresión bíblica que significa soberanía, gobierno, dominio, autoridad de Dios en la vida de todo aquel que le reconoce como Señor. Este reino o gobierno tiene sus principios. Por consiguiente, cuando se procede a reconocer a Jesús como el Señor de su vida, usted ha decidido que su vida sea gobernada o dirigida por los principios o normas morales de Dios, léase voluntad de Dios.

 Todo lo que pensamos y somos se edificó sobre un fundamento o principios contrarios a Dios. Y todo aquel que rige su vida según estos principios adversos, se constituye en enemigo de Él, como usted y yo lo fuimos en otro tiempo, según lo indica Colosenses 1:21:

“En otro tiempo, ustedes por su actitud, el modo de pensar y sus malas acciones estaban alejados de Dios y eran sus enemigos"

Por ejemplo: aprendimos a amar en una forma condicional, exigente, controladora y a responsabilizar a nuestra pareja por nuestra felicidad, creemos que es el otro el que está obligado a hacernos feliz. También aprendimos a pensamos que amo si “lo siento”. Y si no lo “siento” entonces, no amo. De manera que, esa forma de pensar es contraria y adversa al principio del amor de Dios. Pues para Dios amar a alguien va de la mano de la voluntad y no de la emoción.

No obstante, como ciudadanos del reino, el que gobierna nuestras vidas, Jesucristo expresa que debemos cambiar el modo de pensar (metanoia), que significa transformación, por medio de la renovación de nuestra mente para que comprobemos que el consejo de Dios es bueno. Ro. 12:2:

"No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta".

Por tanto, para que se establezcan los principios de Dios como un estilo de vida, debe hacerse un compromiso diario de escuchar con atención, meditar, hablar, confrontarnos, repetirlos, practicarlos y orar para que la fuerza de su Espíritu nos ayude en nuestra debilidad y permanecer firmes durante este extraordinario proceso de transformación que ha iniciado el Señor en su Iglesia.


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